Confesiones de una cifra más en la estadística nacional

Por mucho tiempo me he callado la rabia, por miedo a lo que usted, mi querido lector, pudiera pensar.

Tengo coraje atorado en el pecho, mucha es la rabia y la impotencia, porque soy una de las mujeres que forma parte de las estadísticas, y, sin embargo, lo último que quiero desatar es la compasión, pues no me asumo como víctima sino como ejemplo, y ahora que lo pienso, hay muchas cosas que no han podido hacerme callar.

No nací preparada para la batalla, fue mi destino, las circunstancias, que me obligaron a aprender formas de supervivencia y entrenamientos para la guerra, muy pronto en mi vida.

Pero mi lucha no es causando muertes como muchos han querido pensar, no estoy loca aunque me veas gritando histérica, ni busco con mis intervenciones desahogar mis emociones, lo que me motiva es cambiar las cosas, ganar la batalla ideológica para que pase a la acción y transforme la realidad. Mi lucha es mía, y por todas las demás, por todas esas muertas y desaparecidas. Por eso es que me he vuelto radical.

Mi hermano tiene razón, no pasa absolutamente nada, por eso es que los que buscan tomar el poder por la fuerza bruta, reflejando su pobreza interna y soledad, obtienen en apariencia lo que quieren.

Denunciar no sirve de nada, con certeza lo sé pues he acompañado a mujeres a levantar sus actas en contra de hombres abusadores, que a golpes buscan dominar e imponerse, yo misma he sido una de las mujeres que ha acudido más de una vez a levantar mi propia denuncia por violencia familiar de género, he tenido que esperar horas parada en una fila que no avanza, y tardar todo el día en un trámite de 20 minutos,  porque para los 8 cubículos solo hay una impresora, he tenido que desnudarme frente a un médico que te hace sentir incomoda y además te trata como si mintieras sobre las heridas en la cabeza y moretones por todo el cuerpo, y que al final coloca en el informe la palabra “probable agresión”, cuando para mi es muy claro que hay un patrón de violencia que va en aumento, he llevado folders llenos de oficios de una dependencia a otra y dado seguimiento a todas las respuestas para que nunca pase nada.

Pero eso no es lo frustrante y doloroso, sabemos de sobra las estrategias de un sistema justicia que no está pensando en ejercerla realmente. Sabemos de los miles de casos archivados sin avanzar en absolutamente nada, y de los miles de mujeres que han sido asesinadas a manos de cobardes que siguen en las calles como si no pasará nada, haciendo su vida normal, con la certeza de que no serán perseguidos, ni buscados, sabemos todos los casos de las mujeres incansables que son asesinadas por buscar a toda costa lo que les debe el Estado, justicia para sus hijas.

No pasa nada, porque a nadie le interesa, o eso siento la mayoría de las veces que somos totalmente ignoradas, sin importar las formas. Sé que mi hermano tiene razón, por eso lloré de rabia, porque mientras él me graba con su celular “para enseñárselo después a sus amigos”, yo pienso en las muchas mujeres que no tienen la oportunidad o coraje para salir de sus casas y parar la cadena de abusos y violencia machista, me dio tristeza por él, que disfrutaba humillarme e imponerse a toda costa, y recordé que no debó esperar nada más de ese lugar.  

Me fui porque es mucho más el amor que he desarrollado a hacia mí misma, otra vez salí de mi propio hogar pues no es un espacio seguro, al contrario. Me lancé a sobrevivir sola, esta vez sin miedo y  sin más culpa.

 No es mi intensión ser la arpía de la historia, la víbora venenosa que vive llena de rencor y odia a su propia familia, que incapaz canalizar sus traumas y con tal de llamar la atención, los acusa injustamente y expone como si fueran unos monstruos, ni que al final de la lectura sientan lastima por mí, pues no es mi situación la que causa tristeza, sino la cultura que se manifiesta y se incrusta como espina hiriente en la cotidianidad.

Soy una de las estadísticas que viven la violencia de género en carne propia, y tal como lo dicen los datos, es un miembro cercano el que la ejerce, cobijado en una cultura misógina que lo pone en una situación de privilegio, donde ninguna de sus agresiones o abusos tienen consecuencias.

La sociedad rechaza a las mujeres en pie de lucha por violentas, pero abrazan y normalizan los casos de hombres que golpean y abusan de mujeres. Mi hermano, por ejemplo, se hace pasar por aliado feminista y hasta se aparece en las marchas para ir junto con todas las que exigimos justicia, camina de la mano de mujeres que no sólo han sido testigos de los abusos, sino que ellas mismas los han vivido. Tan fácil es para un hombre borrar su historial de violencia, que no hace falta preocuparse mucho si alguna de ellas lo quema en Facebook, pero en cambio, para la mujer exponer esta clase de violencia la expone, pues más allá de recibir ayuda, se vuelve el chisme de la semana, alguno que otro habla de la situación con lastima y los demás prefieren simplemente no involucrase.

Como mis padres que dicen que es culpa mía, que mi hermano haya tomado las únicas cosas materiales que me importan, para venderlas en bazares, pues al huir de casa, por los abusos físicos y emocionales que recibía, olvidé poner un candado en la puerta del cuarto, y que la solución es que saqué todo lo más pronto posible; mis amigas y las que se autodenominan feministas, que lo siguen saludando amistosamente, los conocidos de ambos que has sido testigos y prefieren “no tomar partido”, o mis familiares que dicen que siguen siendo, mi hermano, mi papá y mi mamá, y debo quererlos y perdonarlos sin importar qué pase.

La cultura patriarcal nos domina. En apariencia logran someternos, en apariencia van ganando en la historia, pareciera que las mujeres no tenemos alternativas y no sabemos cómo defendernos, que no importa qué hagamos nadie nos tomará en serio, ni si quiera las propias mujeres.

En apariencia mi hermano tiene razón y sin importar lo que haga, a nadie le importará, y podrá cínicamente burlarse de todo con aire triunfante, pero, Miguel, si ahora no me levanto contra ti, es porque me estoy preparando para tirar todo el sistema.

Querido lector, espero sepa leer entre líneas y descubra el mensaje que he arrojado al mar en una botella con futuro incierto, confío en la correcta interpretación de mi grito ahogado entre palabras, yo estoy bien, pero sé que no todas lo estamos. A todas ellas las abrazo y las acompaño en su lucha.

Cuando rechazas un sistema que lo domina todo, intentando derribarlo, te enfrentas con la más fuerte resistencia, hay que seguir sin miedo, pues luchamos por nuestra vida y libertad.  Antes me importaba más lo que podrían pensar de mí al contar mi situación, hoy quiero que a ti llegue mi mensaje de lucha y resistencia.

Saludos desde el exilio.

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