Capítulo #1 (segunda parte)

—Va de nuevo, pon atención al metrónomo.

Tic, toc, tic, toc, era como una alarma de bomba esperando el instante para explotar a golpes, en cualquier momento, o al menos para mí así era. Sólo miré mientras esperaba que lo castigaran por comerse mi chocolate.

—¡Posición!, ojos en la partitura. ¡Ey!, deja de llorar, que aún no te pego. ¡Y toca bien!

Pobre vato, ya estaba llorando y ni comenzaba aún.

—en tres, dos y…

Ahí empezaba con la primera nota, a seguir el tic, toc del metrónomo. No lo hizo tan mal, pero su posición… no estaba tan derecha. ¿Qué pasó? se le fue una nota… le van a pegar. ¿Qué? ¿Por qué no le pegó? ¡Se le fue una nota! Me lleva. Bueno, no importa, siempre la riega.

Pero Antonio siguió tocando y no veía que lo corrigiera o lo golpeara. —¿Por qué no le pega? Ya se equivocó mucho y ni siquiera sigue el tiempo —pensaba

—¡Ya! —gritó el Don.

¡A Huevo! Se lo va a chingar.

—…Mijo, se te fueron varias notas, estás bien desafinado y tu postura, tienes que chingarle o te vas a morir de hambre.

Pero, ¿qué chingados? ¿Nada? ¿Nada de nada? ¡Sólo palabras! Parecía que él fuera su único hijo. Me entró más odio por ese canijo;  nunca le hacen nada, pero va, ya después nos ajustaríamos, ya saldríamos a jugar y ahí me desquitaría.

—¡Los dos, a practicar escalas juntos! Tú, ya párate y deja de llorar —dijo mientras se retiraba para ir al baño.

Entonces me levanté y empezamos a practicar las escalas, porque al estúpido de mi hermano no le salía nada. Es de dedos torpes, así que nos pusimos de frente y empezamos a hacerlo juntos, frente a frente. ¡Y sí!, lo veía con odio, me apresuraba para que él no pudiera alcanzarme y sus dedos torpes no pudieran lograrlo, y se le fueran las notas.

Nos mirábamos fijamente, sus ojos contra los míos: él sonreía y yo lo observaba serio, aún con lágrimas en los ojos y ganas de reventarle el violín en la cara.

            Por un rato quedamos tan embebidos practicando una y otra vez sobre las cuerdas, cuando de pronto nos hizo saltar un estrépito que cruzó como bala por toda la habitación:

—¿¿De quién chingados es esto??

—¡Ya valió! ¡Córrele, Antonio! —fue lo único que pude gritar cuando volteamos hacia la Doña, que tenía en sus manos nuestra cajetilla de cigarros: en una mano, la cajetilla, y en la otra, un cinturón de esos gruesos, de piel, piteados con bordados de caballos y con la hebilla enorme y un águila en el centro. Ya sé que fumar no es algo que haga un niño, pero qué más da, éramos unos chamacos, no era para tanto, ni siquiera fumábamos, sólo los teníamos para presumir. La Doña estaba encabronadísima, pero de verdad, no un enojo cualquiera. Más bien como si le hubieran puesto un cuete en la cola.
Aventó los cigarros por un lado y como los toros corrió hacia nosotros. Los dos soltamos los violines de inmediato cuando la señora nos quiso dar alcance. ¡Tenía cara de diablo! Nos iba a matar si nos atrapaba. El primero en caer fue mi carnal; el cabrón se le quiso zafar e hizo que se fueran los dos al piso, pero logró escapársele por completo…

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Un Comentario

  • Gabo 09/30/2021
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    Adelante con tus sueños, la vida no es fácil, cuando las cosas que aprendes o haces cuestan, es más fácil volver a comenzar y el camino al éxito es más sabroso.