Capítulo #1 Enrique el Inicio (primer parte)

1984
10 años

Mi primer recuerdo… o al menos el que tengo más grabado en mi mente, sucede en una vieja sala: tres sillones de madera, duros como la chingada; sobre uno, sólo muñecos, ropa y cosas que alguien dejaba y se quedaban allí, olvidadas. De esas cosas que no quieres cargar y sólo arrumbas, esperando no volver a usarlas sino hasta que sea necesario. También estaba el mueble de la tele, de ésas que sólo se veían en blanco y negro, creo, o tal vez sólo estaba descompuesta, no lo sé, ya hace mucho de eso. En la mesa de centro estaba el niño Dios de la señora, sin varios dedos y con la pupila de un ojo decolorada. A un lado, una Biblia, también de la señora; sigo sin poder responderme si algún día ella aprendió a leer.

En medio de la habitación se encontraba lo que más odié cuando fui un niño; era como un castigo, como mi Santa inquisición, pero en chiquito: un chingado triangulito que sonaba y sonaba tic, toc, tic, toc, siempre marcando tiempos.

Tic, toc, siempre esperando el momento en que no alcanzara el tic o el toc, una nota tras otra en mi cabeza, sólo pienso… siguiente nota, puentecillo, mi dedo, ¡me está viendo el Don!, se me va una nota, el tiempo. ¡Voy a perder el tiempo!  ¡Se me va! ¡ay!… Casi, listo, lo tengo, ya está, y ahora sí, nota tras nota, nota tras nota, se oye tan bien, como si estuviera escuchando algún gran musico.  

—¡La posición! —gritó el Don; se me fue el tiempo, toqué una nota que no iba y a cambio recibí un madrazo en la cabeza, otro en la mano derecha y una cachetada, por “estúpido”. ¡Chingaos!, ni tiempo de reaccionar me dio cuando ya me estaba sangrado la boca por el cachetadón.

—¡Pase lo que pase, tú tienes que seguir tocando y sin equivocarte!, así te estés muriendo, no dejes de tocar ni de seguir el tiempo y bien ejecutado — fue lo único que me dijo mientras yo lloraba y sangraba… Qué canijo ¿No?

Ah, no, también me dijo:

—Deja de llorar, o te doy más fuerte, para que llores con gusto. Tienes que aprender a tocar bien, no sabes hacer nada; al menos aprende a tocar

Pues, ¿Qué quería? ¿Qué le diera una maestría a los ocho años? ¿Qué supiera sacar raíces cuadradas? ¡Cabrón!, tenía sólo diez años, era claro que no sabía hacer nada.

Mientras yo estaba tirado en el piso llorando, sabía que era el turno de mi carnal, y él no tocaba nada bien. Siempre se le iban las notas y jamás estaba en tiempo con el metrónomo; sabía que también lo iban a madrear, y en parte eso estaba perfecto, porque un día antes el muy cabrón se comió el chocolate que me había regalado mi abuela, quien vivía a unas cuantas casas de la nuestra, así que sólo me llevé las manos a la cara, traté de contener las lágrimas y lo miré de reojo para ver cómo se lo chingaba el Don…

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